Breve historia del capitalismo, parte II: el consumismo como forma de vida

Llamamos cultura al conjunto de conocimientos, ritos y tradiciones que comparte una sociedad y que les ayuda a entender el mundo mejor y a relacionarse entre ellos. Es decir, que a nivel social, la cultura debe ser ante todo funcional. Práctica. De esa manera, el capitalismo ha ido ocupado el puesto de cultura predominante a nivel mundial pues, si bien es verdad que a la hora de explicar el mundo no sirve (la visión que nos proporciona es demasiada limitada y sesgada), también es cierto que como método para relacionarnos sí que puede servir. Ojo, que conste que digo puede, no que deba servir.

El hermano lobo

Desde su nacimiento hace más de 200.000 años hasta la revolución agrícola, hace unos 12.000 años, el homo sapiens fue, sobre todo, un animal de clanes. Cazadores, recolectores, nómadas… Todo eso lo sabemos, pero lo importante, para entender el tema de la cultura aquí es el concepto de clan: grupo de humanos con lazos sanguíneos más o menos estrechos.

El origen de la cultura es tan básico como la estampa idílica de un joven preguntándole a un viejo qué es el viento mientras descansan después de una larga jornada ante una enorme hoguera. Y entonces el viejo le cuenta una historia y ahí, en ese mismo instante, comienza la mitología.

Las primeras religiones del mundo eran todas animalistas, es decir, que hablaban sobre la espiritualidad de la naturaleza. Dado el estrecho vínculo del ser humano con esta, es comprensible. Si llovía, crecían las plantas y había comida, si no, se secaban los ríos y había que mudarse. Así surgen las primeras historias sobre el espíritu del viento, el espíritu de la madre tierra o el espíritu animal que todos llevamos dentro.

Pero con la llegada de la agricultura los seres humanos empiezan a convivir con grupos más allá de los lazos sanguíneos, se acaban los clanes y comienzan las civilizaciones. ¿Cómo podemos hacer que un grupo de individuos que no tienen nada en común cooperen y convivan? Inventándonos historias que propongan un origen común aunque lejano y haciendo que estas historias tengan moralejas que aporten a su vez códigos de conducta. Surgen así las religiones complejas.

El impacto de la agricultura fue tan grande que algunas religiones, como la egipcia, mezclan la parte animalista (Horus con cabeza de halcón, Anubis con cabeza de perro) con toda clase de tradiciones que se dedican a alabar las grandezas del Sol (Ra) y su influencia sobre las estaciones y las crecidas del Nilo. Algunas religiones monoteístas como el cristianismo copiaron este vínculo entre el Sol y la vida y así gran parte de las tradiciones (Navidad, Semana Santa) están mucho más relacionadas con las estaciones y la astronomía de lo que nos imaginamos.

La religión predominante cumple entonces una doble función, tiende a explicar el mundo en el que vive el hombre y al mismo tiempo le da una serie de valores morales para que convivan en paz. Se incluyen fiestas, ritos y tradiciones para solidificar ese nuevo pacto de convivencia. Y si hace falta, se redacta un código de conducta un poco más exhaustivos para no dejar cabos sueltos como hizo el rey babilónico Hammurabi. Su famoso código, por cierto, lo podéis ver en el museo del Louvre.

¿Quién necesita religión teniendo ciencia?

La llegada de la ciencia debía suponer el fin de la religión y es que para entender el mundo en el que vivíamos ya no era necesario que nadie se inventara una historia (más o menos acertada) porque, por primera vez, para entender el mundo teníamos la verdad.

Hay dos motivos por el cual la religión sobrevive a la llegada de la ciencia: el primero y más básico, es que la ciencia es complicada de entender y requiere educación. La religión, no. Antes, el miembro de cualquier congregación religiosa podía acudir a su rabino, pastor, cura… a preguntarle por cualquier duda, la que fuera, y saldría de su templo con una respuesta. ¿El origen del universo? El Génesis. ¿Por qué siento esta envidia hacia las cosas que ha conseguido mi vecino? Abel y Caín… Y así, con todo. Ahora, dependiendo de qué quieras saber, tendrás que preguntar a un científico concreto, de una rama concreta, y si no tienes una cierta base específica, es probable que no entiendas la respuesta. Si quieres saber más sobre el origen del mundo pregunta a un físico, sobre el origen de la vida, a un biólogo, sobre tus problemas con tu vecino, a un psicólogo, sobre el origen del ser humano, a un antropólogo… ¿Quién quiere pasarse la vida estudiando teorías cuando la religión tiene todas las respuestas en un único libro?

El segundo gran problema que tiene la ciencia es que, aunque nos explica bastante sobre nosotros mismos, no nos proporciona valores para vivir. La religión otorga esperanza, de hecho, estudios sobre enfermedades como el cáncer demuestran que la gente religiosa tiene más probabilidades de sobrevivir que los ateos o agnósticos, no porque tengan a Dios de su parte, sino por la fuerza que nos proporciona la fe.

El consumismo como nueva religión

El capitalismo no surge como un sustituto de la religión (cosa que sí hizo el comunismo poco después) sino como un modelo económico, nada más. Una nueva distribución de la riqueza, como vimos en el post anterior, Breve historia del capitalismo, parte I, donde la gran novedad residía en la posibilidad de mejorar en calidad de vida invirtiendo un capital en un negocio con la esperanza de poder vivir en el futuro de los beneficios. Esa posibilidad de mejorar la calidad de vida fue la clave del por qué el capitalismo se convirtió en mucho más que una forma de organizar la economía de una nación. Mejorar, cosas que hoy en día parece lógico y básico, era, en aquella época, algo impensable. Dile a un campesino del siglo XVIII que si trabaja mucho y se esfuerza, con los años vivirá mejor y sus hijos, mejor todavía… A ver qué te responde.

En función de esa idea de poder ascender en la escala social a través de nuestro trabajo, el capitalismo empieza a introducirse en nuestras tomas de decisiones, desde el colegio en el que estudian nuestros hijos, las carreras o profesiones que elegimos, las empresas para las que trabajamos, etcétera, muy poco a poco comienza a ser la piedra angular en la que basamos nuestra vida, el tipo de interés de la hipoteca, el coche, ¿eléctrico?, ahora dan muchas ayudas… Y llega un momento en el que se arraiga tanto en nuestro subconsciente que determina hasta cosas de lo más primaria: quiero mejorar como persona, pues acudo a un terapeuta y pago, o mejorar en mi rendimiento, me busco un coach y pago, quiero ganar en salud por lo que me busco a un nutricionista y pago, o mejorar en mi forma física… Ya lo habéis entendido.

Lo malo es que llega un momento donde es el hecho de comprar lo que nos proporciona el subidón de endorfinas que tanto engancha, y no el producto en sí lo que buscamos. Gente que se va de viaje con tal de subir fotos a Instagram y tachar un destino más de su larga lista, incluso en voluntariado ha surgido un nuevo concepto llamado volunturismo, gente que no tiene más intención que la de retratarse en lugares exóticos con niños hambrientos pero sonrientes para demostrar al mundo cuál solidario es. Compramos cursos que abandonamos a la mitad. Invertimos en bolsa sin haber estudiado. Nos apuntamos a un curso de buceo, subimos cuatro fotos y nos volvemos a nuestras ciudades de interior… Pero también es esta la forma en la que ahora nos relacionamos. Queremos ligar y lo hacemos a través de un App. Conocemos a alguien, compartimos una cena y consumimos. Tenemos una segunda cita en el cine donde también pagamos. La cosa se pone seria, hacemos una pequeña escapada a la playa o a la montaña para tantear qué tal sería la convivencia, y también pagamos el alquiler de la casa rural, la gasolina, la comida… Los gastos empiezan a ser también parte de la pareja. ¿Mitad y mitad? ¿Hacemos un reparto en función de cuánto ganamos cada uno? Por cierto, ¿cuánto ganas? ¿Tienes casa propia o vives de alquiler? ¿Piensas comprarte una casa en el futuro? ¿Un piso en la ciudad, tal vez? ¿Y los niños, has pensado en ellos, cuántos nos podríamos permitir tener si juntamos nuestros sueldos…?

El consumismo y no el capitalismo se ha convertido en nuestra forma de entender el mundo y de relacionarnos, es decir, se ha convertido en nuestra cultura base como sociedad. Y por si no os habíais dado cuenta, el consumismo en sí no aporta nada de verdadera utilidad. Te gusten más o menos las religiones, hay que reconocer que tiene una parte de moral (honrarás a tu padre y a tu madre, la parábola del hijo pródigo, quien esté libre de pecado que tire la primera piedra…) que sí ha de ayudarte en tu camino (la vida) hacia una persona mejor (madurar).

Toda época ha tenido una civilización que se ha extendido más allá de sus fronteras imponiendo, no solo su forma de organización, sino también su cultura. Romanos, árabes, españoles, ingleses… Cuando una civilización conquista y somete a otra bajo sus normas (sociales, pero también leyes) se habla de imperio. En la época moderna, hay un país que ha impuesto, a través de la fuerza en algunos casos, pero también a través de la economía y las presiones políticas, su cultura a todos los demás: Estados Unidos. Un país joven, con pocas tradiciones propias, fruto de la mezcla de inmigrantes de todas partes del mundo, principalmente Europa, con diferentes credos y religiones, que aprendieron a convivir gracias a una ideología: prosperar es posible gracias al sueño americano. Viaja al oeste y lucha por tu propio destino. Esfuerzo, sacrificio… Los Estados Unidos y su cine, su publicidad, su música, su cultura, al fin y al cabo, han ido marcando el camino, y en la era de la globalización la semilla que se siembra en el país más rico del planeta acaba germinando en el rincón más recóndito, nos guste o no. Un apunte ecologista: Si todos los países del planeta consumieran igual que lo hacen los Estados Unidos necesitaríamos 10 planetas para abastecernos de recursos (comida, agua, energía, materias primas…) y otros 4 para almacenar los deshechos.

Pero lo más desastroso de todo, si hay una idea con la que quiero que te quedes, es que ni siquiera estamos utilizando el capitalismo bien. Capitalista es, lo dijimos en el primer post, aquel que invierte una renta, un salario o un préstamo en un negocio con la intención de mejorar en el futuro en cuanto a calidad de vida. ¿Es lo que tú haces? Robert Kiyosaki, en el más que famoso Padre rico, padre pobre, explica que la inmensa mayoría de las personas, a medida que consiguen ascender y obtener mayores ingresos, sin ser conscientes, comienzan a tener también más gastos, por lo que nunca llegan a ahorrar y mucho menos a invertir. Si trabajas toda tu vida por cuenta ajena, siempre dependerás de otros, en un mundo mucho más cómodo y seguro que el Reino Unido del siglo XVIII cuando escribió Adam Smith su libro, pero con la misma idea de fondo sobre la dependencia de los ricos y los poderosos. Antaño, reyes, nobles y clero, hoy políticos, banqueros y grandes empresarios.

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